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In The Omnipresence Of Death
Dargaard
In The Omnipresence Of Death
Ille et nefasto te posuit die,
Quicumque primum et sacrilega manu
Produxit, arbos, in nepotum
Perniciem opprobriumque pagi;
Illum et parentis crediderim sui
Fregisse cervicem et penetralia
Sparsisse nocturno cruore
Hospitis; ille veneva Colcha
et quidquid usquam concipitur befas
Tranctavit, agro qui statuit meo
te, triste lignum, te caducum
In domini caput inmerentis
Quid squisque vitet, numquam homini
Satis cautum est in horas
Navita Bosphorum Poenus perhorrescit
Neque ultra caece timet aliunde fata,
miles sagittas et celeremfugam
Parthi, catenas Parthus et Italum
Robur... sed inprovisa leti
Vis rapuit rapietque gentis
Quam paene furvae regna Proserpinae
Et iudicantem vidimus Aeacum
Sedesque discretas piorum et
Aeolis fidilus querentem
Sappho puellis de popularibus
Et te sonantem plenius aucro,
Alcace, plectro dura navis
Dura fugae mala, dura belli
Utrumque sacro digna silentio
Mirantur umbrae dicere, sed magis
Pugnas et exactos tyrannos
Densum umeris bibit aure volgus
Quid mirum, ubi illis
Carminibus stupens demittit
Atras belua centiceps
Auris et intorn capillis
Eumendium recreantur angues?
Quin et Prometheus
Et Pelopis parens
Dulci laborem decipitur
Sono nec curat Orion
Agitare lyncas
En la omnipresencia de la muerte
Ille y en un día nefasto te plantó,
Quien primero y con mano sacrílega
Hizo crecer, árbol, en la ruina
De los descendientes y la vergüenza del pueblo;
A él, incluso de su propio padre
Creo que rompió el cuello y derramó
La sangre nocturna en las entrañas
Del huésped; él envenenó con veneno colquiano
Y todo lo que en cualquier lugar se concibe como maléfico
Ha tocado, al árbol triste
Que plantó en mi campo, a ti, madera caduca
En la cabeza del dueño inocente
Lo que cada uno debe evitar, nunca
Está suficientemente prevenido para el hombre en horas
El navegante del Bósforo teme al púnico
Y no teme más a la ciega fatalidad de otro lugar,
El soldado teme las flechas y la rápida huida
De los partos, las cadenas partas y la fuerza
De los itálicos... pero la fuerza inesperada de la muerte
Ha arrebatado y arrebatará a las naciones
Que casi vimos en los oscuros reinos de Proserpina
Y al juez Eaco
Y a las moradas separadas de los piadosos
Y a Safo fiel a las Eólicas
Que se lamenta por las muchachas de su pueblo
Y a ti que resuenas más plenamente con el arpa,
Alceo, con la cuerda dura de la nave
Dura para la huida, dura para la guerra
Ambas dignas de un sagrado silencio
Las sombras se maravillan de contar, pero más
De las batallas y de los tiranos derrocados
La multitud bebe densa en los hombros
¿Qué es sorprendente, cuando
Atónita por esos cantos, la bestia de cien cabezas
¿No se deleita con las orejas y los cabellos
Y las serpientes se regocijan en la melodía?
Incluso Prometeo
Y el padre de Pélope
Son engañados por el dulce trabajo del sonido
Y Orión no se preocupa
Por agitar a las linces



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